Thursday, July 07, 2016

Trabajadoras sociales


Ya tenía un truco para no perder su dinero con las prostitutas. Dormía hasta las dos de la mañana y se iba a los burdeles. Allí pasaba directo al baño, tanteaba el terreno y escogía a la más buena. De regreso preguntaba qué tomaba la que le gustaba y le llevaba un trago. Ya ellas estaban agotadas o ebrias y él en forma. Conversaba y al rato ya estaban besándose. 

Una vez conoció una colombiana hermosa, estaba a punto de llevársela y detrás una rubia la cuidaba, le pagó y se llevó a la colombiana. Si le ponías unos lentes parecía una muchacha de la alta sociedad. A veces la buscaba y directo al hotel, a dormir, pero ni la tocaba porque le dolía demasiado allá abajo. 

Que ellas lo que más temen es que el tipo lo tenga muy grande. A la mañana siguiente cuando se fue a despedir ella se puso muy linda, tan brillante que ahí mismo la hizo suya, sin importarle lo decadente de aquél local. Fue la última vez. 

Alguna trabajadora social se creyó más hermosa que Afrodita y ahora sale de paseo con Dionisos, el que las atiende. Las heridas de guerra y la depresión llegan por haber creído ser la dueña de esa belleza. Que esa belleza la podría haber hecho rica, asegura alguna sonriente que ahora cruza los terrenos de ambos Dioses llenándolos de “Hubris”. 

El vacío salvador puede venir de ese servicio impecable que ofrece una trabajadora social, del perdón a todo aquél, pecador aparente, intruso pasajero de cada noche al amanecer.


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